Mucha gente frecuentemente se
queja ante la imposibilidad de perder peso de manera rápida luego de cierta
edad, en algunas condiciones específicas
y en algunos casos, alegando que sus dietas no son los suficientemente
altas en calorías como para atribuirle los efectos que se dejan ver en el
cuerpo cuando empezamos a almacenar grasa y kilos de más en donde no debemos y
sin saber realmente por qué.
La idea de que los productos
químicos en el medio ambiente podría estar contribuyendo a la epidemia de
obesidad a menudo se atribuye a un artículo de Paula Baillie-Hamilton,
publicado en la revista Journal of Alternative and Complementary Medicine en
2002. Su artículo presenta pruebas de
los anteriores estudios toxicológicos publicados en la década de 1970 en los que dosis bajas de
exposición a sustancias químicas estaban asociadas con el aumento de peso en
animales de experimentación.
Estas sustancias químicas están
actualmente en el ojo del huracán, ya que en el ámbito de la salud, como en el
académico y el político, están ganando una atención importante, puesto que en
la última década, los datos obtenidos de diferentes estudios han ido en
aumentos inimaginables. Las investigaciones más recientes sugieren que existen
diferentes compuestos obesogénicos que pudieran tener diferentes mecanismos de
acción: algunos de ellos pueden afectar el tamaño de las células grasas, su número,
otros pueden afectar el apetito, la manera en que nuestro organismo maneja la
saciedad y también la manera en que nuestro cerebro puede elegir los alimentos
que queremos comer y nuestra energía.
Algunos de estos efectos, lamentablemente, se pueden transmitir de una
generación a otra, a través de cambios epigenéticos, es decir, que no alteran
el código genético real, por lo que es difícil asociar la causa de la obesidad
a estos agentes.
Uno de los obesógenos más
destacados en las investigaciones, es el tributilestaño, un producto utilizado
como conservante de la madera, y que ha sido encontrado en el agua y una
cantidad notable de mariscos. Los plaguicidas químicos en los alimentos y el
agua, en particular, la atrazina y el DDE (diclorodifenildicloroetileno-un
producto de degradación del DDT), se han relacionado con el aumento del IMC
(índice de masa corporal) en niños y con la resistencia a la insulina en
roedores. Ciertos productos farmacéuticos, tales como la rosiglitazona, se han
relacionado con el aumento de peso en humanos y animales, al igual que un puñado de obesógenos
dietéticos, incluyendo la genisteína, fitoestrógeno de la soja y el glutamato
monosódico.
De la mayoría de estos agentes,
se sospecha que son disruptores endocrinos (sustancia química, ajena al cuerpo
humano o a la especie animal a la que afecta, capaz de alterar el equilibrio
hormonal de los organismos de una especie,1es decir, de generar la interrupción
algunos procesos fisiológicos controlados por hormonas, o de generar una
respuesta de mayor o menor intensidad que lo habitual), y los más comunes son
los ftalatos y plastificantes que se producen en muchos artículos de PVC, elementos
aromáticos, desodorantes ambientales, productos de lavandería y algunos
productos de cuidado personal. Otro de los obesógenos más implicado en las
investigaciones es el: Bisfenol A, que se encuentra en los dispositivos médicos
o en el revestimiento de algunos alimentos enlatados. El bisfenol A reduce el
número de células grasas, pero las existentes
incorporan más grasa. El ácido
perfluorooctanoico (PFOA), también es un disruptor endocrino que todo el mundo
más o menos tiene en su sangre y que los niños tienen niveles más altos que los
adultos, probablemente debido a sus hábitos como: arrastrarse por las
alfombras, los muebles, y poner cosas en su boca con más frecuencia.
En resumen, ¿cómo funcionan los
obesógenos?
- Obstaculizan e interfieren las acciones naturales de las hormonas en nuestros cuerpos, o previniendo que éstas se desempeñen de la manera correcta.
- Hacen que el cuerpo almacene grasa y programar nuevamente a las células para que sean células grasas.
- Hacen que el riñón se vuelva resistente a la insulina, lo que hace que el páncreas transforme la energía en grasa.
- Previenen la producción de la leptina (hormona que reduce el apetito) y no dejan que sea liberada de tus células grasas, para hacerle saber a tu cuerpo que estás lleno.
¿Dónde se encuentran?
En todas partes. Particularmente
porque los obesógenos, como por ejemplo el sirope de maíz, pueden encontrarse
en todas clases de alimentos, desde gaseosas hasta yogurts, pretzels… Este
dulce viscoso (y omnipresente) hace que la insulina del hígado se vuelva
resistente y manipule la leptina, aumentando el hambre, creando un ciclo
vicioso en donde se te antoja más comida, la cual se convierte en grasa con
facilidad. También puedes encontrarlos en los pesticidas con los que se fumigan
las frutas y vegetales (por eso debemos pelar los tomates y las papas, por
ejemplo). Las hormonas con las que se trata a los animales para que se
desarrollen más rápido, y entre otros el bis-phenol A o (BPA) que está presente
en los plásticos con que se envasan los alimentos, como bolsas de plástico y
latas cuyas paredes están recubiertas de plástico.
¿Cómo evitar los obesógenos?
- Compra pescados tales como el salmón, que contiene ácidos grasos omega-3 (saludables para el corazón), y carnes libres de hormonas y antibióticos.
- Instala un filtro de carbón en tu grifo para filtrar químicos como la atrazina.
- Usa botellas de agua hechas en aluminio.
- Mantén las botellas de agua en un lugar fresco y nunca metas plástico en el microondas.
- No comas tantos enlatados. Mejor prefiere los congelados o los alimentos frescos.
- Deshazte de las sartenes que no sean antiadherentes. Si usas una sartén con teflón, nunca uses un implemento de metal pues puede rayar la superficie y liberar los químicos que tiene, liberando obesógenos al mismo tiempo.
- Compra las carnes directo del mostrados de carnes (en lugar de las empacadas previamente) y pide que te la envuelvan en papel café.
- Evita los ambientadores de aire, abre las ventanas.